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Antiguos oficios en los talleres de imprenta tipográfica manual

    Cuadro en el que se lee: officina typographica

    Los grandes cambios en los talleres de imprenta

    El gremio de la imprenta ha cambiado más en los últimos 50 años que en sus primeros 350 años. La mecanización de los procesos de composición e impresión, la evolución de la tipografía “limpia” y la revolución digital,  han desembocado en la carrera frenética hacia lo desconocido.

    Una buena forma de observar la evolución a lo largo del tiempo en los talleres de imprenta tipográfica en Europa es a partir de antiguos grabados y fotografías. Desde mediados del siglo XV hasta bien entrado el siglo XIX se aprecia cierta similitud. Si bien se perfeccionaron detalles y surgieron nuevos utensilios y herramientas, en líneas generales el funcionamiento era el mismo. Esto es, todos los procesos eran completamente manuales, ante la inexistencia de la electricidad y de los motores a vapor que mecanizaran el proceso.

    Taller de imprenta en 1752 New Universal Magazine

    Taller de imprenta tipográfica manual en 1752. De izquierda a derecha: el cajista, el gerente, el tirador y el batidor. 
    Publicado en el periódico inglés New Universal Magazine.  
    Fuente: Imprenta Artesanal Marvel

    La división del trabajo de las primeras imprentas tipográficas

    Todos los roles en la antigua imprenta, ordenados de mayor a menor importancia:

    El propietario

    Este podía ser o no impresor, aunque en la mayoría de los casos lo era. En definitiva, era quien ponía el dinero para montar el taller y, por tanto, asumía el riesgo. A este respecto, es interesante comentar la siguiente anécdota, que se repetía con frecuencia en muchos talleres y que llama bastante la atención: cuando el propietario de una imprenta moría, era muy común que la viuda heredara el taller, casándose en muchos casos con otro impresor, apoyándose en él para mantener el funcionamiento de la imprenta. En relación a esto, existe bibliografía sobre mujeres impresoras que, en mayor o menor medida, tuvieron relevancia en la historia de la imprenta. 

    El regente

    Era el encargado del taller y el responsable de acordar con autores o libreros la impresión de los libros, además de la organización del trabajo y los trabajadores. A él correspondía uno de los trabajos más delicados del taller: contar el original, que consistía en dividir el texto manuscrito en las páginas que ocuparía una vez compuesto con tipos móviles. Dado que los libros eran compuestos por pliegos, este proceso era vital; o el trabajo final resultaba brillante, o una catástrofe. Aún siendo un personaje importante en los grandes talleres, en los pequeños el propietario era a la vez el regente. 

    Dentro del taller de imprenta manual. Pintura de Robert Alan Thom

    Dentro del taller de imprenta manual: el fundidor en primer plano y al fondo al cajista. 
    Pintura de Robert Alan Thom (1915-1979).  
    Fuente: American Gallery

    El fundidor de tipos

    Esta figura era fundamental en los primeros tiempos de la imprenta, aunque para el siglo XVII se había convertido en una actividad propia. Los fundidores eran los encargados de hacer los tipos móviles. En su origen, cada imprenta tenía su cortador de tipos y fundidor, pero empezaron a aparecer talleres que vendían tipos ya fundidos a otros impresores.  Más adelante, se generalizó que el impresor «comprara» a un fundidor, con matrices propias de los tipos que necesitaba. 

    El proceso de fabricación de tipos móviles siempre fue muy complejo y muy especializado. Se cortaban las letras, una a una, en unos punzones de acero. Estos se percutían sobre unas plaquitas de cobre que, una vez ajustadas y rectificadas, daban lugar a las matrices. Estas se colocaban en un molde donde se vertía la aleación de plomo, antimonio y estaño. Este proceso se repetía para cada cuerpo de letra. 

    Dado el desgaste que las prensas manuales provocaban, los tipos tenían que renovarse cada cierto tiempo, ya que se deformaban por los golpes y su uso continuado, provocando una impresión poco clara, y por tanto mala imagen al taller. 

    El componedor o cajista

    En los inicios de la imprenta, la mayoría de estos profesionales eran antiguos escribas o amanuenses reciclados: ellos sabían leer y dominaban el arte de escribir. Por esto, a su función se le llamó «escritura artificial». 

    Eran operarios especializados. Era fundamental que supieran leer y escribir y tuvieran nociones de gramática y ortografía, valorándose más a los que tenían una base cultural básica en aritmética, geografía y dibujo. Ellos eran los que se encargaban de componer el texto original usando tipos móviles. El trabajo en sí era sencillo. Tras leer un fragmento del texto y retenerlo en su memoria, cogían los tipos uno a uno de la caja y los colocaban en el componedor. De esta forma completaban las palabras y las frases del texto original. 

    Una vez impresa la página tocaba distribuir el texto, es decir, devolver cada tipo a su cajetín correspondiente para dejarlo listo para una nueva utilización. Esta era una tarea menos delicada que la composición y solía dejarse en manos de los aprendices más aventajados, para que se familiarizaran con las cajas y fueran aprendiendo el oficio. 

    El tirador y el batidor en la prensa. Pintura de los talleres de imprenta de Robert Alan Thom

    El tirador y el batidor en la prensa. 
    Pintura de Robert Alan Thom (1915-1979).  
    Fuente: American Gallery

    El batidor y el tirador

    La prensa de madera fue, desde su adaptación por Gutenberg en el siglo XV, la pieza más importante de un taller de imprenta y siguió siéndolo tras su modernización en el siglo XIX. Tanto si era de madera como si estaba construida íntegramente en metal, y hasta la invención del rodillo, para realizar correctamente su misión la prensa necesitaba de dos operarios especializados: el tirador y el batidor. 

    Para estos trabajos no era tan importante la formación intelectual del trabajador como su desarrollo muscular, pues eran unas tareas rudas que dependían de la fuerza física. Podría darse el caso que estos roles se cambiaran durante el día para hacer el trabajo más llevadero. 

    El tirador o prensista era el encargado de colocar la hoja de papel en el tímpano, para tras accionar la prensa, por medio de la manilla, dejarlo entre el molde y la platina que, por medio del giro de un tornillo tras accionar la barra, provocaba que el papel entrara en contacto con los tipos entintados.

    Para cada cara de un pliego se debían dar dos «tiros» de la barra, de este acto viene la expresión «tirada» para referirse a los ejemplares que salen de una máquina de imprimir. La tirada media diaria conocida como jornada era de 1500 pliegos, lo que suponía 6000 «tiros» de la barra. Podríamos hacer la ingenua cuenta de dividir ese número entre las 8 horas de trabajo que en teoría supone nuestra jornada laboral –tan cuestionable para los autónomos, pero si queremos tener un buen resultado sería mejor dividirla entre 12, o incluso 16, que era la jornada media de trabajo en un taller de imprenta.

    El batidor, por su parte, era el operario encargado de entintar los tipos de plomo. Este se servía de las balas, unas semiesferas de piel rellenas de lana con unos mangos de madera para agarrarlas. Las entintaba en el tintero, repartiendo bien la tinta sobre su superficie mediante un movimiento continuado para depositar una fina capa de tinta sobre los tipos metálicos. Este proceso era necesario para la impresión de cada pliego. Como nota escatológica, para soltar la lana con la que estaban rellenas las balas y que no se apelmazaran, el batidor vertía sobre la misma su propia orina. –No me imagino a los oficiales de imprenta deleitándose con el gesto ahora tan común de acercarse la hoja impresa a la nariz–.

    Una vez impresos los pliegos acordados, los tipos debían ser lavados con lejía para dejarlos listos para su reutilización. Al igual que otras tareas que no requerían especialidad alguna, contaban los talleres con los aprendices: jóvenes de entre 11 y 15 años que entraban en los talleres para aprender un oficio.

    El número total de empleados dependía del tamaño del taller. Para hacernos una idea, por cada prensa era indispensable un cajista, un tirador y un batidor, más algún operario/aprendiz para mojar el papel o lavar los moldes. 

    BIBLIOGRAFÍA

    Libro Tratado de la Tipografía (o arte de la imprenta), de José Giráldez
    Libro La historia del arte de imprimir. de Martínez Vela

    GIRÁLDEZ, José: Tratado de la Tipografía (o arte de la imprenta). Madrid, Imprenta de Eduardo Cuesta y Sánchez, 1884. Edición digital de la Biblioteca Nacional de España. Disponible en: <http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000077413> o <https://datos.bne.es/edicion/bimo0001559760.html> [Visitado en 2021]

    MARTINEZ VELA, Francisco de Paula: Typographica. La historia del arte de imprimir. Granada, Point de Lunettes, 2012.
     https://editorialentornografico.es/tienda/typographica/

    WEGBRAFÍA

    MARTÍNEZ VELA, Francisco de Paula:
    · El aprendiz de imprenta. Granada, 2011. Disponible en: <Imprenta Artesanal Marvel> [Visitado en 2021]
    · La imprenta en “su salsa”. Granada, 2012. Disponible en: <Imprenta Artesanal Marvel> [Visitado en 2021]
    · Demasiado tarde para desaparacer. Granada, 2015. Disponible en: <Imprenta Artesanal Marvel> [Visitado en 2021]

    MOLL, Jaime:
    · El taller de la imprenta. En Historia de la edición y de la lectura en España, 1472-1914, Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2003, pp. 31-38.  Disponible en: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2013. <Cervantes Virtual> [Visitado en 2021]
    · Del manuscrito al impresor. En El Quijote. Biografía de un libro. 1605-2005, Madrid, Biblioteca Nacional, 2005, pp. 39-48. Disponible en: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2013. <Cervantes Virtual> [Visitado en 2021]

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